Las Islas del hambre, al precio que sea

Allá por el mes de abril, leí un comentario del portavoz de pequeños hosteleros de Cabo Verde que venía a decir algo así como “preferimos seguir siendo humildes, pobres si así lo señaláis, pero no vengáis enfermos a nuestras islas a traernos algo que vosotros sí podéis sufragar pero no nosotros”. La dignidad del pobre siempre es suprema. De catecismo. Cabo Verde y Canarias son piedras hermanas, pues son la cresta del Godzilla de piedra que sutura la placa atlántica de sur a norte y en peñascos atlánticos despunta la mar. La primera es una realidad africana. Curiosa y distinta. Lusófona. La segunda flota con un complejo de superioridad ética y mira al continente de manera paternalista cuando sobrevive de la limosna que llega de Bruselas.
El modelo turístico low-cost agoniza y hemos requerido de un bacilo chino para percatarnos de lo precario y lastimero de la economía ya no canaria, sino nacional. Cabo Verde parece recibir un turismo limitado y ajustado al metro cuadrado. En contraposición, Canarias está atrapada en el bucle del diablo: comer a cambio de la ruleta rusa —china en este caso— del contagio, pues necesitamos de la rolliza gente de piel rosa a la que le sobran los euros, para que vengan a emborracharse, a devolver en la vía pública y a vestirse con ropajes de dudosa elegancia a cambio de un puñado de euros para que podamos ir al Dino.
Y así es, sin eufemismos ni anestesia. Esta es la realidad del isleño con ínfulas de aguas turquesas. Yo carezco de identidad europea y no tengo problema en así aseverarlo. Razón esta por la que me paso el tiempo explicando a mis amigos de la orilla este que Canarias no posee identidad africana, más allá de viejas aspiraciones de barra de bar.
Originally from Liverpool, my fella Peter says… El turismo B&b, british & barato va y está o estuvo en los variopintos destinos baratos que compiten con Canarias. Por tanto, iluso es el que aún cree que están a la espera de que les abramos el Best-Jacaranda con marcas blancas para venir a sentarse en sillas de plástico que acaban flotando en la piscina tras una madrugada de restregones, peleas y canciones ininteligibles.
En contraposición, el que gasta de verdad, y no el de extrarradio de Newcastle o Sheffield –o sin eufemismos, ese al que rogamos que venga a mearse en Las Verónicas— no viene a Canarias. Vuela en British Airways, y no en Ryanair, a destinos paisajísticamente no destruidos. Más silenciosos y sin masificar. Genuinos. Se ha quedado en el circuito Commonwealth y de paso la libra queda en casa. Barbados, Bahamas, Chipre, Kenia o Trinidad y Tobago. Ahí no hace falta usar Photoshop para poner arena blanca y cocoteros que tocan el mar verde turquesa.
Lo siento. De veras que siento ser tan sinceramente cruel, lo cual no me despista de aceptar lo que tiene Canarias. Con esto debe jugar su póker y ganar las ligas del ‘todo incluido’ al precio que sea, como bien ha venido haciéndolo durante años. Décadas que han transformando una costa discreta en un colmenar de barranqueras con ínfulas de playas paraísos.
Y sí, al guiri pobre se le contenta con poco, pues no sabe si está en una España insular rare, un Puerto Rico movido a naciente o en el Marruecos español. Le basta sangría y paella a granel en una piscina bajo el solajero del que es huérfano en su plomizo día a día de las Islas del Hierro del mar del norte. Hasta los peludos del hielo ansiaban ir al soleado sur en Game of Thrones. Starving Islets —Las Islas del hambre— seriamos los canarios y los de Cabo Verde en la afamada serie. Unos con menos dignidad que otros.
Y así, al precio que sea, abriremos la puerta de nuestra salud. Al precio que sea aceptaremos el caballo de Troya vírico que nos llega, porque la tripa aprieta. Al precio que sea, un pusilánime radio-controlado desde la capital balbucea con su barba de mendigo mal apurada que los canarios han hecho las cosas bien. No, mi señor, los canarios no: su geografía poderosa ha sido escudo natural contra la infección.
Ahora, la necesidad de mantener nuestro pisito, nuestro artificial y precario nivel de vida, nos lleva a rogar que vengan. Que vengan en hordas por vuelos a 25 euros y sin test, pues es lo primero. Que vengan, que tenemos que comer y ya nos pondremos una mascarilla en la boca y otra en la dignidad. Qué más da nuestro frágil y colapsado sistema sanitario. No, no saldrá bien, en absoluto saldrá bien. Las cosas al precio que sean generan intereses leoninos y aquí queda escrito para que me parta un rayo si me equivoco. Y dios quiera que así sea.
CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL
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