Africa 3.0

¿Quién remolca el cayuco?

Y la primera en la frente, no, no hay pesqueros nodrizas remolcando cayucos o al menos si me permiten la prudencia, no de una manera categórica. Quien ha navegado entre el sur de Canarias y a través de Cabo Palmas, en Liberia, sabe que la costa es un hervidero de pesqueros legales y menos legales. En general, es simple hacerse con un cascarón paria en África, abanderarlo en Sierra Leona o Malabo, apagarle la señal AIS y navegar hacia el norte remolcando una papaya. Ya me entienden. Comprarlo es cuestión de dinero y registrarlo sin preguntas incómodas, de más dinero. Mejor dólares que cursis euros, créanme.

Al tema. Las aguas de Canarias tradicionalmente han estado abandonadas o poco vigiladas para los cánones de un estado avanzado y celoso de sus espacios oceánicos. A día de hoy, el panorama es desolador, un colador. FRONTEX es un papel mojado que más allá de untar voluntades en Dakar o Nuakchot, poco resuelve. Y Rabat es como un gato autista y hace bien. La armada está desaparecida, pues no hay ni para diésel a la hora de mantener un buque al sur de Canarias. Todo descansa en la benemérita del mar y las hercúleas espaldas humanitarias de Salvamento marítimo, entidad estatal ejemplar y digna de cualquier premio internacional a la ayuda humanitaria. Miren, seré claro, por supuesto que ese pesquero chatarra en manos de mafias puede aproximarse hasta el sur del archipiélago en total anonimato y dar el último empujón al cayuco de turno al cual ya le es simple aproar a la primera isla que divise. Pero les argumentaré más, a un cayuco que deje cualquier solitaria playa al sur de Nuadibú le basta la indudable pericia marinera de su patrón y un simple transistor, que, orientándolo hacia la mayor potencia de emisión de la 621 KHz, le mostrará el camino en forma de radio-demora hacia Tenerife. Imaginen ya en plena era de la telefonía satelital donde el GPS está en cualquier dispositivo portátil.

La aventura del cayuco comienza en alguna aldea de Conakry o más al sur. El pobre diablo que, tras meses de zarandeos en manos de los nuevos tratantes de carne en la trasera de camionetas Toyota, atravesó medio Sahel, y sus pistas anónimas que capitalizan el éxodo hacia la costa comprendida entre Bissau y Dakhlet, a la espera de embarcar hacia El Dorado europeo, es una simple mercadería despojada de documentos. Pobre iluso. Este hombre es posible que nunca haya visto la mar hasta llegar a la arena de la playa; imaginen su terror. ¿Y quién pone el cayuco? El armador de la empresa suele vivir bien: vende las barcas, cobra y se marcha a su patio. El patrón contratado gana tanto que acepta ser detenido pues sabe que en pocos meses estará en la calle o repatriado gratis con comida a bordo de un vuelo que paga el contribuyente. El cayuco que arriba a Los Cristianos es la punta de un iceberg, el resto está bajo el agua, como los muchos otros cayucos que zozobran y las almas que descansan ya en el fondo del Atlántico.

¿Hay mafias? Por supuesto que sí, las tiene la pulcra Europa, imaginen estados débiles y fácilmente corrompibles, caso de Bissau. Primer narco-estado africano, granero de la emigración clandestina y santuario al margen de la ineficaz y ridícula ley internacional. La mafia del tráfico de personas está en simbiosis con la que transporta la coca que llega de la otra orilla atlántica y a la par les venderá un kalashnikov o les leerá un salmo del Corán más escorado. Salafista.

En lo personal, he estado varias veces en Mauritania y puedo decir que razonablemente conozco el país a pie y mochila, con lo que desmontaré otro mito disparatado de las redes. La ya iconográfica foto de los cientos de cayucos abarloados en Nuadibú es un mito del cuñao de turno, buscado en Google Earth el domingo. Esa flota de pesca artesanal que faena en la rada de Cap Blanc, lleva décadas, por no decir siglos, ejerciendo la pesca tradicional y evidentemente que algunos de ellos ya están atracados en Los Cristianos; pero lo cierto es que la mayoría se dedican a la bajura o a lo que las flotas de pesca industriales de la UE y China les dejen en sus aguas ya esquilmadas. Pero esa es otra historia. Ni vienen a robar trabajo ni son responsables de la propagación del covid-19, pues, de lo último, buena parte de culpa es de nuestro comportamiento gregario-simiesco de colectividad indolente.

Grosso modo, los cayucos seguirán llegando en función del estado de la mar y del torniquete que se genere en ese estado a la deriva que es Libia en el patio mediterráneo de Europa. FRONTEX poco o nada puede hacer. Estamos solos ante esto. Y es que los flujos de la inmigración irregular funcionan cual vaso comunicante entre Libia y África occidental. Al mismo tiempo, nada tiene que ver un cayuco con una patera en su geografía. El primero es una embarcación natural de África occidental y la segunda es un bote de madera de origen marroquí. Es complejo en un espacio finito analizar la cuestión, pero espero haberles dado algunas pinceladas.

Doctor en marina civil ULL
CEAULL
cuadernosdeafrica@gmail.com

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