Recuperación inclusiva ante los efectos socioeconómicos de la pandemia

La propagación mundial del virus SARS-CoV-2 ha ocasionado una profunda crisis socioeconómica de alcance incierto, en paralelo a sus graves implicaciones en la esfera de la salud. Y más allá de todo ello, está contribuyendo a agrietar la convivencia social en muchos lugares ante la incertidumbre que provoca un contexto de significativa adversidad. Sobre todo, está incidiendo en aquellas personas, colectivos y hasta comunidades que se encontraban en situación más precaria, las más vulnerables. Incluso ha contribuido a visibilizar grupos cuyas circunstancias no eran nada favorables y han empeorado en una coyuntura inédita que profundiza en los efectos de la anterior crisis.
Territorios que ofrecían una favorable acogida a las personas procedentes del exterior se han vuelto hostiles en determinados casos y se han amplificado actitudes xenófobas y racistas en contextos que abonan los sentimientos de odio. La cohesión social se debilita y la convivencia se hace difícil cuando las estrecheces aumentan y la inseguridad es el horizonte. La competencia por recursos inciertos genera rivalidad entre población vieja y nueva, provoca rechazo y cuestiona los procesos de integración en áreas de significativa diversidad humana y cultural. La administración responde, a menudo, con medidas paliativas de urgencia, que son provisionales y no suelen abonar dinámicas sociales que fortalezcan ideas más comunitarias.
En muchos lugares, pese a la permanencia del virus, ya se piensa en los procesos de recuperación socioeconómica o se definen estrategias para su activación. Su rápida definición impide a veces que puedan incorporar la participación social necesaria para identificar todos los ámbitos en los que se requiere intervenir y, con ello, poder cumplir con la máxima de que nadie se quede atrás. Y, particularmente, que todas las personas puedan ser parte de las soluciones que se diseñen para superar la crisis. Incluso partiendo de la base de que, en las sociedades más diversas, es posible encontrar más elementos que contribuyan a construir comunidades más capaces de enfrentar la adversidad, más resilientes.
La inclusión es la única opción posible en una etapa crucial para nuestro futuro colectivo, puesto que, al pensar sobre todo en las personas y grupos más vulnerables, estamos atendiendo y actuando de manera positiva en el conjunto social. Así lo plantea, por ejemplo, la Agenda 2030 en su objetivo de reducir las desigualdades, con el horizonte de toda una década para avanzar de manera decidida en “potenciar y promover la inclusión social, económica y política de todas las personas, independientemente de su edad, sexo, discapacidad, raza, etnia, origen, religión o situación económica u otra condición” (ODS 10.2). Estaremos en el camino de garantizar la igualdad de oportunidades y de promover iniciativas con un carácter cada vez más universal, de las que puedan disfrutar todos los componentes de cualquier comunidad.
Con esa perspectiva, la pandemia puede encararse como una oportunidad de cambio y todo va a depender de cómo construyamos las soluciones ante los múltiples problemas y desafíos que ha planteado. Mediante respuestas individuales, sectoriales y corporativas o a través de respuestas colectivas, integrales y holísticas. De la elección dependerá el resultado y el nuevo contexto tras la COVID-19, pero, también, la renovada —o no— realidad para gestionar nuevos retos todavía más exigentes que parece están por llegar; por ejemplo, los relacionados con el cambio climático y sus múltiples implicaciones.
Y ante la visión de que las estrategias conocidas ya no son válidas, o por lo menos suficientes en las actuales circunstancias, cabe buscar lo mejor entre lo que ya sabemos y hemos experimentado, y evolucionar como imprescindible punto de partida de cara a la reconstrucción. De hecho, parece fundamental afianzar los procesos comunitarios activos y ahondar en el desarrollo de la participación como el mejor instrumento para superar la adversidad de manera colectiva, sumando a todas las personas, grupos y comunidades que lo deseen. Un deseo que debe ser estimulado, tanto desde las instituciones como desde el propio conjunto social y sus organizaciones.
Ello requiere la articulación de espacios de encuentro, reflexión, diálogo y aportación colectiva, abiertos a las diversidades, para sumar elementos de valor a los procesos de recuperación o reconstrucción que se encuentran actualmente en marcha o están por definirse, con el acento puesto en la imperiosa necesidad de que sean realmente inclusivos desde múltiples perspectivas. Y que estos espacios locales escalen para conjugarse con otros que actúan en territorios de más lugares en la esfera internacional, puesto que solo a través de la interconexión de sabidurías y talentos será posible superar obstáculos persistentes y de la máxima envergadura.
En definitiva, disponemos del conocimiento y la experiencia ya acumulada, de la tecnología y las redes, de las estructuras institucionales y la iniciativa particular, colectiva y hasta comunitaria, para construir una renovada realidad en la que sea un objetivo común superar las desigualdades a todos los niveles. Eso pasa por ahondar en el compromiso y protagonismo social en la identificación de los obstáculos que se deben remover y en la definición de las estrategias que se deben impulsar para producir el cambio preciso. También depende, obviamente, de la voluntad de la esfera pública y de sus actores en la vertiente política y técnica para abrir a la concurrencia social los procesos que ya existen y los que están por venir. Es el momento, aunque no lo parezca. ¿Despertamos?
Imagen: Participantes diversos del proyecto Barrios por el Empleo en Finca España (San Cristóbal de La Laguna, Tenerife).
(*) Vicente Zapata es geógrafo y profesor titular de la Universidad de La Laguna, director del Observatorio de la Inmigración de Tenerife y de diversos proyectos de innovación social. Emprendedor social de la Red Impulsores del Cambio promovida por la Fundación Ashoka.