Africa 3.0

El Atlántico, un cementerio

Cayucos en Dakar

La tentación de emigrar a Europa –donde, dicho sea de paso, también van a encontrar múltiples problemas– en busca de una vida mejor está convirtiendo al Mediterráneo y al Atlántico en verdaderos cementerios. Las cifras de muertos que se manejan ascienden a millares de víctimas de la inmigración en condiciones irregulares y siempre peligrosas.

Los gobiernos africanos, que a veces contemplan este fenómeno pensando en las remesas económicas que pueda suponer, quizás deberían inquietarse también por el peligro que corren sus conciudadanos y que muchos desconocen o no valoran. La tentación de conseguir mejor nivel de vida, muy comprensible, no justifica perderla entre las olas.

Unos días atrás leíamos la noticia del homenaje póstumo que estaban rindiendo en Senegal a los seiscientos muertos en el Atlántico en las últimas semanas. Estremecedor. Resulta bastante incomprensible que no sean sólo los gobiernos europeos, que carecen de capacidad para alojarlos, los que adopten medidas ante la pasividad de los gobiernos de los países de origen que asumen impasibles la grave responsabilidad de permitir que vayan al suicidio.

Parece lógico que se proteja la seguridad de las personas, que se informe de lo que les espera cuando lleguen a una tierra desconocida, donde quedarán confinados en condiciones duras, y que después del esfuerzo es bastante probable que acaben siendo deportados. Sin olvidarse de advertir que donde lleguen habrán incurrido en una ilegalidad.

Quienes han estudiado a fondo el problema de la inmigración deducen que en muchos casos se trata de personas que desconocen todos estos contratiempos: se dejan animar cuando oyen a los que lo han conseguido y a las mafias que se forran lanzándoles a tan arriesgada aventura. Es comprensible, pero resulta triste que alguien no controle que seres humanos desafíen a la muerte.

Muchos que han logrado entrar en España y asentarse reconocen que en la mayor parte de los casos no merece la pena tanto sacrificio. Son pocos los que logran un estatus satisfactorio y muchos los que tendrán que subsistir con condiciones penosas, hacinados en verdaderos cuchitriles, implorando limosnas a las puertas de los supermercados o vendiendo en la calle falsificaciones de las que apenas reciben las migajas.

La solidaridad humana en los países de acogida, tanto en Italia como en España, Malta o Grecia, se va relajando y cada vez son menos los que comparten la triste realidad que obliga a los inmigrantes sin visado a buscarse la vida de manera penosa e insegura. No hay trabajo para los nativos y menos para forasteros, no suelen estar formados para competir en el mercado laboral. Para empezar, no hablan el idioma, lo cual también suma dificultades.

Algunos gobiernos europeos y la propia Unión Europea contribuyen con compensaciones económicas a cambio de que los gobiernos de países de origen controlen sus fronteras. Se trata de compensaciones económicas, para el desarrollo y mejoras sociales. Pero esas compensaciones no llegan a manos de las familias de los que corren el riesgo de morir en el Atlántico y de los que, en ello, sacrifican sus vidas.

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