Opinión

En mi ‘Macondo’ caribeño, rota pero de pie

Bandera de Venezuela

Cuando vives en un país que siembra cacao pero no puedes comerte un chocolate, en un país potencia en petróleo pero no consigues gasolina ni gas. Cuando vives en una nación rica en oro y minerales pero rezas para poder llegar a fin de mes; en un país que tiene los ríos más potentes pero no hay agua ni electricidad en casa. Cuando vives en un país con las mejores playas pero no puedes disfrutarlas, en un país con los mejores lugares para hacer turismo interno pero no puedes costear un pasaje ni a La Guaira. Cuando vives en un país como este entonces te das cuenta de que no vives en un país. Vivo en una percepción de un país que tuve alguna vez y desapareció. Vivo en un ‘Macondo’ caribeño.

Desde hace ya muchos años, demasiados, más de cinco millones de venezolanos han sido expulsados de su país. Nadie los obligó a irse directamente, pero para muchos de ellos salir a respirar esperanza en cualquier otra tierra, así sea limpiando baños, era el único motivo para huir de una patria desdibujada que ya suma 36 infinitos meses de hiperinflación.

La diferencia entre los migrantes venezolanos y los venezolanos que seguimos en el país es que al menos aquí seguimos sintiendo algo de calor humano, con algunos afectos cerca. Pero de resto, extrañamos lo mismo. Añoramos aquel país que nunca fue perfecto, pero que era un país vivible, nunca normal, pero vivible.

Ahora llegamos a la elección número cinco en lo últimos 20 años para elegir al Parlamento, que se celebrará el próximo seis de diciembre, en medio de una pandemia que deja más de 100 mil contagios y casi 900 muertes. Para eso Maduro suspendió la cuarentena por todo el mes de diciembre, porque lo importante es mostrar una “aparente normalidad” para garantizar el piso de estabilidad que necesita para esas elecciones, hechas a su medida.

Por cierto, en otra muestra de su populismo barato, Maduro publicó su número de WhatsApp, casualmente cinco días antes de las elecciones, y dijo “súmenme a todos sus grupos y vamos juntos a la batalla por la defensa de la verdad de Venezuela”. Sin duda es un canal de comunicación que hay que aprovechar para pedirle, entre otras cosas, su renuncia.

La oposición, o lo poco que queda de ella, en su desespero por no perder el último bastión de poder que le queda, convocó a una consulta desde el cinco de diciembre para preguntar a los ciudadanos si rechazan “el evento del 6 de diciembre organizado por el régimen de Nicolás Maduro y solicita a la comunidad internacional su desconocimiento”.

Pero la vicepresidenta ejecutiva, Delcy Rodríguez, respondió de inmediato que a ellos no les interesa si la comunidad internacional reconoce ampliamente o no las elecciones legislativas de diciembre. “No nos importa, nos es indiferente”, dijo.

Hace cinco años escribí mi primera crónica para Canarias3puntocero, justamente sobre el escenario electoral de las parlamentarias del 2015, ganadas abrumadoramente por la oposición. Hace cinco años el madurismo perdía el poder legislativo y ahora intenta recuperarlo, con unas elecciones prêt-à-porter, tan ilegítimas como el nombramiento de las autoridades electorales. Pero eso tampoco les importa, así como nunca les ha importado el país.

“Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy” canta la entrañable argentina María Elena Walsh. Una perfecta interpretación de quienes seguimos en Venezuela, caminando sobre un campo minado donde no sabes ni cuándo ni cómo te explotará una bomba a los pies, pero sí sabes que alejarse representa el doloroso desarraigo y el exilio en la nostalgia.

Pese a sentirme autoexiliada en mi propio país, con mis amigos y familiares más allá de las fronteras, sigo aquí, rota pero de pie, agradecida y confiada en que todo pasa y nos reencontraremos fortalecidos. Porque “no hay mal que dure mil años ni cuerpo que lo resista”. ¡Gracias totales!

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