África: horas de balance

La despedida de un año siempre invita a hacer balance y 2020 no puede ser la excepción. Hay bastante unanimidad para afirmar que ha sido un mal año. La irrupción en nuestras vidas del coronavirus arruina cualquier otra cosa buena que pudiera haber ocurrido en estos doce últimos meses. Muchos entre los que pueden contarlo dicen que será un año para olvidar, un año que dejará mucho dolor y mucho miedo.
El continente africano no fue el más asediado por la pandemia, pero esto no quiere decir que haya permanecido indemne. El número de víctimas ha sido elevado y, al igual que en otros, la economía se ha visto destrozada en todos sus campos: el de la producción, el del comercio y el del nivel de vida de la mayor parte de sus habitantes. Tardará tiempo y se necesitarán esfuerzos para recuperarse. La solidaridad internacional será fundamental.
La pandemia no afectó por igual a todo el continente. Algunos países, como Egipto, Marruecos o Suráfrica, fueron especialmente afectados. En África Occidental, en cambio, la incidencia fue menor, aunque esto no implique que no haya sido grave. Pero en medio de la crisis global, África también ofrece algunos datos positivos.
La solidaridad tan elogiosa que ofrecen los pueblos africanos se ha repetido una vez más ante la desgracia. Al continente lo sorprendió la pandemia con menos medios sanitarios para hacerle frente que en otros países y el empeño colectivo por mitigarla ha sido muy destacable. Otro detalle, este ajeno al coronavirus, que deja 2020 es una mejora sensible de la democracia.
Poco a poco, conforme se van disipando los recuerdos del colonialismo y los países van afianzando la conciencia de su independencia e identidad, se observa que mejoran la concepción y la práctica democrática. Estas semanas pasadas hemos asistido a elecciones, celebradas con libertad y con garantías, en cuatro países: Costa de Marfil, Republica de Guinea, Tanzania y Ghana.
Fueron en todos los casos procesos electorales con problemas y algunos fallos –como ocurre en otros lugares– e incidentes de escasa importancia. Pero nada comparable a lo que estaba ocurriendo esos días en la europea Bielorrusia o incluso con la crisis generada en los Estados Unidos, donde el presidente saliente se negaba a abandonar el cargo.
En África todavía hay países donde el caciquismo y el enquistamiento de los que quieren eternizarse en el poder frenan esa necesidad de renovación generacional que la política requiere. Aún continúa habiendo dirigentes que creen que las constituciones son de caucho, que no están para amoldarlas a las exigencias individuales y que hay que cumplirlas.
La paz es otro bien que en África ha ganado enteros, aunque quedan focos de violencia, propiciados por el yihadismo que se ha infiltrado en varios países –como Nigeria, Níger, Mali, Burkina Fasso y Chad–, y también en el Sahel, donde impera el descontrol. Algunos conflictos locales, como los de la República Centroafricana o Sudán del Sur, han perdido intensidad y parecen en vías de solución.
También están en proceso de cambio las rebeliones democráticas que se registraron en Argelia y Sudán. La guerra de Libia permanece larvada bajo una tregua que de momento se va respetando. Por el contrario, se ha agudizado el enfrentamiento del Gobierno de Maputo con las guerrillas del norte de Mozambique. También preocupa el reciente conflicto en Etiopía. No obstante, 2020 ha sido el año en que África registró menos víctimas de guerra.