Africa 3.0

Restos de intolerancia democrática

Elecciones y democracia

La democracia en África mejoró sensiblemente: cada vez son más los países que celebran elecciones periódicamente, la existencia de partidos legales es mayor y lo mismo podría decirse de las libertades básicas, como la de información. Cabría decir más cosas que no pasan inadvertidas. Los golpes de Estado han desaparecido prácticamente –Guinea Bissau registró los últimos– y los asesinatos por cuestiones políticas han descendido notablemente.

Pero esto no puede interpretarse como que todo está perfecto. Lo que hemos visto días pasados ante el Capitolio de Washington, igual que ocurrió con el tejerazo en el Congreso de los Diputados de Madrid, evidencia que situaciones de esta naturaleza pueden darse en todas partes. Muchas veces se asimilan estos incidentes a países jóvenes, sin experiencia en democracia ni conciencia del respeto a las constituciones.

El tópico de esto ocurre en África ya no tiene valor. Si esto se produce en la primera potencia del mundo, país que pretende impartir ejemplo de modelo de democracia, ¿qué puede esperarse de otros donde la tradición política y sus estructuras están menos afianzadas? Pues la realidad es que en África son cincuenta y cuatro naciones donde también surgen problemas, pero cada vez menos. El año pasado fueron varios los países donde se disputaron elecciones presidenciales con bastante normalidad.

Quedan latentes, eso sí, algunos problemas graves en la política africana que requieren acelerar el proceso de adaptación democrática plena. El primero es, sin lugar a dudas, la propensión aún de muchos mandatarios a resistirse a abandonar el poder cuando les llega la fecha, para lo que buscan todo género de triquiñuelas para burlar el mandato constitucional y volver a concurrir por tercera, cuarta y cuantas veces quieran.

Nada frena su propia convicción, junto a la de sus afines, de que su cargo es providencial y de que, si ellos no lo ocupan, cualquier otro llevaría al país a la desgracia nacional. La edad y la necesidad de abrir camino a nuevas generaciones e ideas no cuentan. Hay casos sangrantes como los de Paul Biya en Camerún, o el inamovible Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial, a quien ni la tiranía ni la corrupción han impedido que se consagre ya como el decano de los dictadores del mundo. Y no son los únicos.

Otro problema es el escaso respeto de algunos candidatos derrotados por la victoria de su adversarios, algo que pretenden enmendar con manifestaciones de protesta, acusaciones infundadas de manipulación de los resultados, violencia desatada y, con mucha frecuencia, también con represiones posteriores que dividen a la sociedad y empañan la convivencia.

Es la intolerancia democrática. Actualmente hay cerca de una docena de candidatos derrotados que permanecen sometidos a confinamientos domésticos, exilios o detenciones ilegales bajo la acusación de rebeldía o disturbios. Tan deplorable en muchos casos es lo uno como lo otro. En África, como en los demás continentes, pero en África de manera especial, es imprescindible potenciar los tribunales de los derechos humanos y la propaganda para que se respeten.

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